
LLegué una tarde de agosto y me sorprendió la vista que tuve del cielo bogotano, azulito y sin nubes, después conocería que días como aquel no era lo común. Agosto es época de ventarrones y en ese mes se realiza cada año un festival de cometas en el Parque Simón Bolívar, la vista de centenares de papagayos retratados con aquel azul me pareció precioso y de buen augurio.
Iba cargada de temores: la violencia, el robo de niños, la incertidumbre laboral de mi esposo (ahora ex), la delincuencia y un largo etc. Sin embargo allá vivía desde hacía 6 años una prima que se había "amañado" completamente. Ella me enseñó todo lo necesario para empezar a vivir la ciudad y sobre todo a disfrutarla. Admito que no habría sido lo mismo si me hubiera tocado sola al llegar.
Mi primera Navidad allá me caí en el aeropuerto El Dorado y me subi a un avión rumbo a Venezuela con tremenda fractura de codo que ameritaría cirugía ese mismo día al llegar a Maracay. Al regresar a Bogotá en enero me tocó hacer fisioterapia en la casa durante 4 largos meses, logrando finalmente volver a usar mi brazo derecho con perfecta normalidad. Lo más cómico es que durante esos meses tuve guardado en el estacionamiento mi carrito sincrónico sin estrenar pues no podía manejar.
Los primeros días me sentía mal vestida, yo que venía de la playera y calurosa Cumaná, apenas tenía ropa abrigada y usaba solo sandalias, en cambio veía las señoras elegantísimas ir al super con abrigos y sobretodos.
Aprendí el significado del "qué pena con usté", lo que al principio me parecía una fórmula muy educada fue disolviéndose con el tiempo al antender que aquella era la perfecta excusa para cualquier abuso: te chocaban por detrás durísimo con el carrito de la compra y al voltear veías una señora con cara de "te la calas" pero soltando en voz apenas audible aquella frase, por decir un ejemplo.
Descubrí las almojábanas y el pandebono, me hice adicta al chocolate caliente y a las aguitas aromáticas, me acostumbre a dormir sin aire acondicionado y combatir las pulgas de alfombra de vez en cuando. Aprendí a oir vallenatos y a tomar aguardiente Cristal, viajé a tierra caliente y disfrutaba los paseos por la sabana. Me hice experta en comprar leña y prender la chimenea para calentarnos con fueguito. LLenaba mi casa de flores y salía por las tardes a caminar por el parque.
Que añoranza, pero soy ingrata, desde que me vine hace 7 años no he vuelto...ese regreso lo tengo anotado en el cuaderno de pendientes.
Abur.-